que mil caballos golpeaban a sus puertas.
Cómo iba a saberlo
si era una nohce muerta,
llena de caracoles amarillos
y con una terrible luna negra.
La noche no sabía
que mil caballos lloraban en la selva;
que los todos horribles de la muerte
mugían en el agua siniestra.
Cómo iba a saberlo
si era una noche muerta
inundada de salmos misteriosos
murmurados al fondo de la selva.
La noche no sabía
que se habían muerto todas las estrellas:
que los toros horribles de la muerte
mugían en el agua siniestra,
y que en el cielo había
una terrible luna negra.
Morelia, septiembre 5 de 1954
Ramón Martínez Ocaranza
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