Thursday, February 08, 2007

Fragmento de Abaddón el Exterminador

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Le voy a hacer una confesión, Sabato: yo no quise venir a este mundo, no hice ninguna seña. Estaba tan cómodo que cuando me tocó salir me resisití, me puse de culo. Pero me sacaron igual, a la fuerza. Siempre a la fuerza, en nombre de lo mejor. Ahí nomás comprendí que este mundo no poía ser más que una cagada. A usted también le debe de haber pasado algo semejante. Perdimos, ya sé. Pero ahora nos toca aguantar piola. Somos dos tipos que van a cantar las cuarenta, es decir dos desgraciados. Yo tengo ventaja de superarlo en ignorancia.

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Sí, es cierto, la inmensa mayoría escribe por motivos subalternos. Porque busca fama o dinero, porque tiene facilidad, porque no resiste la vanidad de verse en letra impresa, por distracción o por juego. Pero quedan los otros, los pocos que cuentan, los que obedecen a la oscura condena de testimoniar su drama, su perplejidad en un universo angustioso, sus esperanzas en medio del horror, la guerra o la soledad. Son los grandes testigos de su tiempo, muchachos. Son seres que no escriben con facilidad sino con desgarramiento.

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En el momento en que el artísta se sumerge en el inconsciente, como cuando te dormís. Pero luego sucede un segundo momento, que es de expresión, observa bien: de ex-presión, de presión hacía afuera. Por eso el arte es liberador y el sueño no, porque el sueño no sale. El arte sí, es un lenguaje, un intento de comunicación con otros.

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Hace tiempo, un crítico alemán me preguntó por qué los latinoamericanos teníamos grandes novelistas pero no grandes filósofos. Porque somos bárbaros, le respondí, porque nos salvamos, por suerte, de la gran escisión racionalista.

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Porque aquella Alejandra que perduraba en el espíritu de Martín, que candente aunque fragmentaria se había mantenido en el corazón y en la memoria del muchacho, como brasas ocultas entre cenizas, se mantendría mientras Martín viviese, y mientras él mismo, Bruno, y acaso Marcos Molina y hasta Bordernave y otros seres (magnánimos o siniestros, remotos o cercanos) que alguna vez habían participado de su alma, de algún fragmento maravilloso o infame de su espíritu.

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El infierno está aquí.

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[...] le preguntó si la quería.
-Tu pregunta es idiota- respondió Martín con aflicción y desconsuelo.

--Ernesto Sabato

Saturday, February 03, 2007

La metamorfosis (fragmento)

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, pardusco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberencia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, se agitaban desvalidas ante los ojos.

"¿Qué me ha ocurrido?", pensó.

No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba estrnadido un muestrario de paños desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una revista y habia colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con sombrero y boa de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cuel había desaparecido su antebrazo.
Franz Kafka

Thursday, February 01, 2007

"Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras no se enamore de ella"

John Waters, 1946, cineasta estadounidense