Friday, September 01, 2006

De la novela El Desorden de tu nombre

Julio encendió el motor y empezó a conducir. La fiebre pareció aumentar de golpe, concentrando sus efectos en los hombros y en los músculos del cuello, lo que facilitó sin duda el tránsito de la emoción, que nacía en el pecho, hacia la periferia de los ojos.

--¿Quiéres que vayamos a otros sitio?-- preguntó.
--No, no-- dijo ella---, tu casa está bien.

Ambos callaron mientras el automóvil se deslizaba con una naturalidad sorprendente por entre el enloquecido tráfico de la media tarde. Los conductores regresaban al hogar tras habersae ganado la vida honradamente, pero sus rostros --más que cansancio-- reflejaban hastío y desinterés, y parecían ajenos a la primavera que acababa de estallar.

Juan José Millás
Las manías, las obsesiones de un escritor, aún las circunstancias, nunca son gratuitas, sino que de algún modo remiten a su mundo interior.

Juan García Ponce

de la novela La Impudicia

Las frases y las risas de ambas mujeres pasaban por encima de Maud como por el cielo pasan pájaros que no se divisan pero que forman parte del paisaje.

Marguerite Duras