Saturday, March 19, 2005

Rayuela (fragmento) de Julio Cortázar

Capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Fragmentos de Paseante Solitario de Benjamín Valdivia

Mirame tú,
señora de los párpados cerrados.

*

Soy esa gente atónita, indiscreta,
lóbrega y marginal.

*

Tened lástima de las bellas muchachas
como si algún día fuesen a ser vuestros
los corazones suyos.

*

Aquí busqué el amor: quí lo tuve.
sus mágicas parvadas
agitaron mi pulsación y ensombrecieron
con ardor los minutos conforme se escapaban.

*

Todo se debe a la ciudad perdida.
Todo sucede porque sí, porque nos damos
un aire decadente de dioses imperfectos.

*

Todo el mundo es extraño para el que busca una esperanza.

*

¿Cómo podrían las palabras
hablar de ti?

*

Para una perfecta soledad me basta tu presencia.

*

He descubierto siempre en tu mirada
algo de ti que me pertenece.

*

Vagas por la tierra con una sombra
que tal vez sea la mía.

Benjamín Valdivia

De Tambor Interno, de Alejandro Aura

XI

Su madre le dijo
que todos los hombres son malos
y ella se me queda mirando

como para purificarme.

XII
Fuman
-------en los cafés
------------------deliberadamente.
Y es hermoso verlas:
---------------------muchachas de humo.
XIII
No soy yo este que te habla
sino este, todo, que te besa;
éste,
prendido, en vuelo,
de tu cuerpo.
Éste soy
que, artesano de tu cuerpo,
atónito
enmudece.
XIV
Que venga y que te bese,
que haga en tus ojos remolinos
y en tu vientre
-remolinos de espuma.
Yo voy a estarme quieto.
Qué honda es la garganta de la muerte.
Alejandro Aura

Desnudo (invitación a la modelo)

Déjame a mí trazar
tranquilamente
la línea de tu espalda.
No te muevas.
Desnuda y abundante
como los días del amor.
Confía en mí.
Te haré el cuerpo
de los sueños.
Tu desenvoltura
hará escuela en la belleza.
Que los círculos irregulares
de tus caderas
llamen a la fraternidad.
Te amo.
Te haré de nuevo
para mí,
para ti,
para la dicha de los hombres.

Alejandro Aura

Algunos versos sueltos de Charles Bukowski

Tú no estás leyendo esto
en una página,
la página te lee a ti;
¿lo sientes?

*

pero como dijo Dios,
cruzando las piernas:
"Veo que he creado muchos poetas
pero no mucha poesía"

*

adagio de rocas
el mundo ardiendo

*

Algunos suicidios
nunca son recordados.

*

Siempre escucha la manera
en que ríe las montañas

*

Siempre habrá algo que arruine nuestras vidas.

Charles Bukowski

Poema de Eduardo Lizalde

Tigre atrapado en la vitrina,
gime el mar detrás de la ventana
se contonea y
maldice y ruge
y se destroza contra
los cristales,
sangra cuchillos al
herirse
y grita y muge y
silba y hace gárgaras.
Se pone intolerable,
aulla, trota,
marcha, empuja, cae,
destruye,
pero no le abrimos.
Más tarde,
cuando el sueño de ella
es como el pozo más profundo,
cuando sueña y me olvida,
abro la puerta
y miro cómo
la desgarra el mar.

Eduardo Lizalde
Las plazas fueron creadas especialmente para no hacer nada.
-Carmen Villoro-

Sunday, March 06, 2005

El Dueño de la Ciudad; de Alejandro Aura

1

El duenno de la ciudad vendrá algún día
con su claro rostro iluminado;
el que la dejó para ir a conocer otros vistosos sitios;
el que vestía con riqueza
y llenaba de júbilo los corazones de quienes le oían.

¿Dónde están mis edificios
y mis amplias calzadas-preguntará
estupefacto-; dónde están mis jardines
en los que suavemente reposaba
y donde al amor dulce de los adolescentes
que paseaban en grupos
conociendo los nombres y las cosas
imaginaba el futuro,
prevenía las catástrofes,
mantenía cantores,
evitaba el llanto,
y parvadas infinitas
oscurecían las copas de los chopos?
¿Dónde está mi ciudad?
¿Qué es esto?


2

El más audaz responderá;
el que tenga más bien cosido el corazón en el pecho;
el que tenga más fuertes ligaduras consigo mismo
y pueda entibiar con el aliento de sus palabras
una gran laguna;
el que tenga más trenzados los nervios en la mano derecha
y más aéreas las venas en la izquierda;
el que más pueda tocar por su nombre las cosas de la tierra
ese quizás responderá.


3


No hay flor que pueda perdurar
si el sol seca la tierra en que crecía;
los mismos pájaros se van,
las abejas que rondaban
-procura recordarlas-
se apresuran a buscar otras fuentes de miel
en donde sumergirse,
los menores insectos
emigran a buscar otro gobierno
y nada sino el desierto señorea;
así también si el sol se ausenta
no ahy flor que pueda perdurar.
¿Por qué dejaste al sol hacer su voluntad?
¿Adónde fuiste?

4

El dueño de la ciudad
tendrá pavor cuando la mire,
sus pobres ojos se querrán salir
a platicar con alguien,
el dolor de sus venas no tendrá remedio,
las palabras se le irán estrellando
al tocar el aire,
le temblarán las partes vergonzosas
y un amargor intenso saturará su piel.
¡Qué haces, imbécil!-le gritará
tratando de que ella lo comprenda
y se quedará sin respuesta
porque las malditas ciudades no responden.


Tomado de Volver a Casa, de 1. Hacer Ciudades

Friday, March 04, 2005

Altazor, de Vicente Huidobro

PREFACIO

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche. Amo la noche, sombrero de todos los días.
La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.
Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.
Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.
Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.
Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.
«Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.
»Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
»Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.
»Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
»Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
»Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
»Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos. Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
«Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
»Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
»Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
»Un poema es una cosa que será.
»Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
»Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
»Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
»Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»
Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.
Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
»Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
»Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
»Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
»Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
»Digo siempre adiós, y me quedo.
»Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
»Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
»Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
»Ámame.»
Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.
Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes. Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.
La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo. Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
¿Qué esperas?
Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.
El amor es una tontería hecha entre dos.
-Napoleón-